viernes, 24 de junio de 2011

SANGHAI

A las doce de la mañana , más o menos (los trenes en China ya no eran tan puntuales como los de Rusia o los de Mongolia), llegamos a Sanghai. Esperando a que todos salieran del vagón, nos volvimos a poner la mochilas sobre los hombros, y alguno de los dos (pudo ser cualquiera) cogió además la bolsa de lo que nos sobraba de comida y agua embotellada y buscamos el metro con nuestro plano escaneado e impreso en casa, la misma que ahora quedaba tan y tan lejos. Nos subimos al vagón, casi vacío, y poco a poco nos acercamos, necesitando un solo transbordo para poder llegar a nuestro nuevo hostel. Cuando llegamos a la estación, salimos a la calle, y siguiendo las indicaciones apuntadas y traducidas de la reserva, no nos costó encontrarlo, apenas cien metros de la salida del metro. Después de entregar la documentación y de pagar las dos noches que esperábamos estar, nos entregaron la tarjeta magnética que iba a ser nuestra llave de la habitación, la que, por cierto, acabó siendo bastante pequeña y sin ventanas, eso si, con una televisión con mando a distancia y aire acondicionado, y un extractor de aire que hacia de ventana cuando queriamos ventilar.
Dejamos todo en nuestra diminuta habitación y fuimos a preguntar a recepción para que nos aconsejaran un restaurante barato por la zona que no llegamos a encontrar; pero al final nos decidimos por uno que no tenia mala pinta, bastante barato. Con el estómago lleno regresamos a la habitación y allí nos quedamos toda la tarde hasta que se hizo de noche -aunque nosotros ni nos enteramos, sin ventanas claro-; y nos quedamos dormidos.
Al día siguiente nos despertamos pronto y salimos hacia la estación para reservar nuestros billetes del tren que nos llevaría hasta Kunming. En un pasillo del metro antes de llegar a la estación encontramos una pequeña pastelería y decidimos desayunar por segunda vez. Después de comprar los billetes fuimos a buscar una farmacia especializada en medicina tradicional china, pero cuando llegamos a la dirección que teníamos apuntada, nos dimos cuenta que el negocio debía haber cambiado de lugar (aquí todo cambia a gran velocidad); como habíamos pasado por una farmacia de camino, decidimos preguntar allí. Nos dijeron que ellos no tenian de eso, pero nos escribieron en un papel la supuesta dirección donde lo podíamos encontrar. Después de preguntar en la calle, encontramos un edificio de varios pisos que resultó ser una farmacia enorme, en la que volvimos a preguntar. Después de que nos mandaran a un mostrador, y luego a otro, y después a otro, acabamos en uno en el que no tenían nada parecido (todo esto, claro, con señas y nuestro chino). Pero no nos dimos por vencidos, y después de subir al último piso, y seguir preguntándolo, nos llevaron a un mostrador al fondo del todo, donde estaba el almacén de plantas de medicina tradicional china, donde nos preguntaron cuánto queríamos. No sabiamos cuánto necesitábamos, pero al decirnos que la cantidad más pequeña era la bolsa de un kilo, decidimos que eso sería suficiente (y demasiado, seguramente); y después de pagar -unos dos euros por todo el kilo- nos fuimos con nuestra bolsa de Artimesia oriental; ya metida en la mochila nos fuimos andando por la zona comercial, recorriendo la calle más chic de Sanghai, repleta de tiendas de lujo (rodeados de rascacielos) en las que vendian relojes Rolex, Ferraris, Aston Martins y en la que entramos en un Zara (para no comprar nada, sus precios eran parecidos a los de Europa); hasta llegar a la Plaza del Pueblo (no es coña, que así se llama en chino), para coger de nuevo el metro y regresar al hostel. Luego a la noche, nos dirigimos a la zona donde están los rascacielos más altos de Sanghai, al lado del río, rodeados de turistas (chinos en su mayoria). Las vistas eran espectaculares, con los edificios, sus luces y sus carteles de colores en sus pantallas de plasma. Después de un rato dándonos el aire y contemplando las vistas, decidimos volver a la parada de metro y de allí regresar a nuestra diminuta habitación del hostel. Y dormimos para prepararnos para el siguiente día de nuestra aventura oriental.
Por la mañana, la burbuja macho se levantó temprano y adentrándose de nuevo en el caos organizado de la inmensa ciudad, fue a buscar dulces para desayunar, en una pasteleria que habíamos encontrado el día anterior; y después del llevar dos bandejas repletas de dulces de todo tipo (y otras cosas no tan dulces -pero todas deliciosas- y de pagar un euro y medio por todo) y meterlo todo en dos bolsas, regresó contento a la habitación, donde le esperaban unos cafes recién preparados por la burbuja hembra. Después de comer hasta no poder más, y dejar otro tanto para poder desayunar al día siguiente, salimos contentos a dar una vuelta por la ciudad; pero cuando estábamos a punto de conseguir salir por la puerta, nos encontramos con un francés bastante borracho que había salido de fiesta y todavía no había regresado a la cama, y despues de quedarnos unrato hablando con él, nos hizo una ruta para ver lugares por todo Vietnam, país que conocía bastante bien, después de haber estado dos meses deambulando por él, incluído, según nos contó, algunos problemas con un conductor de tuc-tuc, y luego también con la policia, hasta acabar arrestado en el coche-patrulla, hasta que en un despiste pudo abrir la puerta de atrás y salir huyendo; para después desaparecer cruzando la frontera con Laos.
Después fuimos a preguntar a recepción si nos podiamos quedar en el hostel un día más, a lo que no nos pusieron ningun problema. De allí, después de coger la dirección del restaurante de un amigo de la burbuja macho ( al cual también conocía la burbuja hembra) y de estudiar el recorrido más corto en el metro, nos dirigimos hacia allí. Llegamos a las dos y cuarto de la tarde, pero lo encontramos cerrado; aunque un chico con una moto, al vernos en la puerta, nos dijo en castellano con un extraño acento, que a las cinco de la tarde abría, por lo que decidimos buscar un sitio para comer por allí cerca y hacer tiempo hasta que llegara nuestro amigo y abriera su restaurante. Después de comer nos fuimos a dar una vuelta por ahí, perdiendonos (esta vez queriendo) por las calles de Sanghai para luego volver a encontrarnos y llegar puntuales hasta la puerta del restaurante, el Kuluxka, el restaurante de Ion, nuestro amigo. Cuando llegamos ya estaba abierta la puerta, y nos recibió una chica a la que le preguntamos por el propietario, con lo que nos respondió que iría a buscarlo: habíamos tenido suerte (porque no estábamos muy seguros de poderle encontrar). De repente apareció, y con cara de sorpresa, retorciéndose, se acercó a la burbuja macho fundiéndose en un fuerte abrazo. Nos dijo que todavía no habían abierto, y después de recomendarnos una cervecería que estaba muy cerca, nos prometió ir a buscarnos en cuanto terminaran de prepararlo todo. Y así fue, llegaron los dos, Ion y su mujer (a la que todavía no conocíamos) y nos sentamos todos alrededor de una mesa para contarnos los últimos acontecimientos de nuestras vidas; Sara, su mujer, encantadora, Ion y las dos burbujas. Pronto tuvieron que regresar al restaurante para acabar de prepararlo todo y para abrirlo oficialmente como otro día más, pero para nosotros un día completamente diferente. A las seis de la tarde nos fuimos de nuevo al restaurante, donde conocimos a un chico de Bilbao y a otro que acababa de llegar (el primero vivía en Sanghai y el segundo había llegado como nosotros, de visitante); seguimos charlando, todavía nos quedaban muchas cosas que contarnos. Después de un rato nos preguntó si queriamos algo de comer (¡auténtica comida vasca!); no nos pudimos contener y tuvimos que decir que sí, claro, porque aunque nos encanta la comida china, ambos teníamos ganas de volver a probar la comida de casa. Todo estaba buenísimo, desde el primero, hasta el último plato que nos sirvieron: los pintxos, la tortilla de patata, el cochinillo, el arroz negro; y todo rodeado de palabras en castellano de los que estábamos allí y los que seguian llegando. Era como estar en Vitoria o en cualquier otra parte del País Vasco; al menos hasta que, al no quedarnos demasiados yuanes, decidimos, los dos, escaparnos un segundo a buscar un cajero. Y de golpe volvimos de regreso a la profunda china: fue extraño el contraste, como si se nos hubiera olvidado dónde estábamos. Volvimos y nos quedamos en el restaurante más tiempo- hasta que se nos hizo demasiado tarde- y aunque nos habían invitado a dormir en su casa, viendo que el restaurante estaba cada vez más lleno hasta completarse, y seguía llegando gente y más gente-cosa que no nos extraña con lo buenos anfitriones que son y con lo buena que esta la comida (todo)- decidimos despedirnos de los dos y regresar por el camino que llegaba a la parada de metro de vuelta a nuestro hostel, sin antes agradecerselo todo -nunca pordríamos hacerlo-. Estábamos un poco justos de tiempo porque teníamos que hacer un transbordo (el metro cerraba a las once de la noche); el primero lo pudimos coger, pero cuando bajamos para cojer el siguiente, y mientras estábamos esperando a que llegara, nos dijeron que ya se había ido el último metro, así que tuvimos que regresar al nivel de la calle y recorrer a pie lo que nos quedaba de camino. Nos encontramos con una rata que se nos cruzó asustada y algún que otro viandante despistado, pero pudimos pasear por las calles de Sanghai casi en soledad, cosa que no conseguíamos desde que llegamos a la atestada ciudad. Después de perdernos un poco a pesar de llevar el plano desplegado en la mano, conseguimos llegar sin demasiados problemas de nuevo hasta nuestra habitación, con ganas de tumbarnos en la cama y poder dormir antes de coger el tren que nos llevaría a Kunming, por fin en la provincia de Yunnan, la que iba a ser nuestra última provincia que íbamos a recorrer de China.

Delante de la farmacia tradicional, con una bolsa de hierba de 1 Kilo



Templo de la zona chic

Rascacielos

Sanghai de noche




 




La bahía de los rascacielos

Paseando perdidos, antes de ir a buscar a Ion



Perdidos, volviendo del Restaurante Kuluxka

En la zona de los rascacielos

Servicio automático



A la izquierda el "abre botellas"

Dentro de la bahia de los rascacielos

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