jueves, 2 de junio de 2011

EN MOSCU

Nos quedamos dormidos; por fin; yo profundamente; tanto que cuando Marta me despertó no sabía dónde estaba, pero el traquetreo del tren me devolvió a la realidad: un oscuro, sucio pero ya no tan atestado vagón de cuarta. Marta me dijo que hacía ya un tiempo que habían aparecido luces y edificios y dedujimos que habíamos llegado a Moscú (estábamos llegando). Eran las dos y media de la madrugada en mi reloj, con la hora sin cambiar desde que salimos de casa. Quedaba media hora para llegar a la estación, según el horario previsto, a las cinco (hora de Moscú). Recogimos todo, cerramos nuestras mochilas y nos preparamos para bajar del tren. Enseguida llegamos a la estación y en cuanto se paró el tren nos echamos las mochilas a la espalda, salimos y empezamos a andar buscando primero la entrada subterranea del metro y luego un cajero o un sitio para cambiar dinero para pagar los billetes del metro. Una fina lluvia nos recibió al llegar, pero poco nos importó. A las cinco y media abrieron la estación del metro y con nuestros rublos en el bolsillo nos dirigimos a la taquilla (armados con la guia de conversación ruso-español) a comprar nuestros dos billetes. Con el plano que habiamos impreso en casa, pronto supimos hacia dónde nos teníamos que dirigir.aunque al principio nos costó un poco situarnos por los pasillos recubiertos de mármol con lámparas de araña de otra época y mosáicos con estrellas rojas de cinco puntas por todas partes y ese aire que tiene el metro de Moscú de otro tiempo (y que nadie ha intentado cambiar desde entonces). Mientras nos decidiamos a qué andén ir (es decir, en que dirección ir), se fué nuestro metro, pero en cosa de un minuto vino otro y según se abrieron las puertas nos metimos dentro, en cuanto se volvieron a cerrar enseguida empezó a coger una velocidad endiablada y en pocos minutos (muy pocos para la distancia que habíamos recorrido), llegamos hasta nuestra parada, plano en una mano y las indicaciones para llegar al hostel en la otra, regresamos al nivel de la ciudad, en la superficie ya preparados para recorrer el camino que nos llevaría al que iba ser nuestro hogar, aunque solo fuera por una noche. Por supuesto, para no variar, algo nos perdimos, pero pronto regresamos por el buen camino hasta una puerta negra metálica en la que nos quedaríamos un buen rato (lo que les costó abrirnos, después de tres llamadas al timbre, tiempo en el que pensamos que no nos iban a abrir) y todo eso con el peso de nuestras mochilas. Por fin conseguimos traspasar la puerta y subir unas escaleras con las paredes pintadas con los nombres de varias ciudades de la ruta del Transiberiano que los días siguientes ibamos a pasar. Cuando llegamos arriba nos recibieron dos mujeres somnolientas que nos dijeron que nuestra habitación (nuestras camas literas en realidad, en el dormitorio para 8), no estarían libres hasta las doce de la mañana; y todavía eran las seis. Al menos pudimos dejar las mochilas, y tras coger todo lo que podíamos necesitar, volvimos a salir por la puerta negra metálica que nos llevaría de nuevo a la calle. Buscamos un café abierto y no tardamos en encontrarlo en la larga avenida donde antes nos habíamos perdido. Nos tomamos unos capuchinos, nos lavamos las manos, hicimos un pis, y con el calor en el cuerpo volvimos de nuevo a la ciudad, ahora con la intención de comprar los billetes de nuestra primera etapa en el Transiberiano que nos llevaría, después de cuatro días y medio en el mismo tren, hasta Ikutsk, ciudad cercana al enorme lago Baikal, la mayor reserva de agua dulce del mundo, o al menos así lo aseguran las guias cuando hablan de él. Pronto llegamos a la estación de Yaroslavky; después de transcribir en un papel en cirílico todos los datos necesarios para poder comprar el billete, nos acercamos hasta la taquilla, esperando que llegara nuestro turno en la cola (increíble, nadie intentó colarse delante de nosotros). Cuando por fin llegó el momento de pedir los billetes, después de saludar a la taquillera (bastante amable, por cierto) le pasamos el papel por el agujero de la ventanilla con un "por favor" al unísono. A los pocos minutos , ¡por fin teníamos nuestros billetes! A la una y diez del día siguiente salíamos por lo que no teníamos mucho tiempo para ver Moscú, así que tendríamos que escger cuidadosamente lo que queríamos ver; y mientras lo decidíamos, seguimos caminando de vuelta al hostel, haciendo tiempo para que dieran las doce. A las doce y cinco estábamos de nuevo en la puerta del hostel y esta vez no tuvimos que llamar al timbre, por que teníamos ya las llaves que nos habían entregado antes. nos duchamos y como teníamos hambre sacamos lo que nos quedaba de la caña de lomo y una lata de mango en almibar invitandole a la chica del hostel a que comiera con nosotros; ¡y vaya si comió!. Nos pusimos los tres a gusto hasta que dimos con él, vamos que se acabó (vamos, que lo acabamos). Nos dieron casi las cinco de la tarde hablando con ella, y nos preparamos rápidamente para salir. No teníamos mucho tiempo para recorrer la ciudad, y nos dirigimos otra vez en metro hasta el Kremlin y la Plaza Roja. Nos encantó, sobretodo la basílica de San Basilio. Los colores no se deben a la pintura alguna, si no a los materiales utilizados que son de distintos colores, creando un edificio excepcional, sin duda único en el mundo (mundial). Dimos la vuelta rodeando las murallas del Kremlin, y regresamos de nuevo al metro, y de allí hasta el hostel; antes buscamos un supermercado para comprar comida para cenar y desayunar al día siguiente, además de podernos llevar algo de comida para el primer día de tren. Ya en el hostel nos preparamos la cena (unas salchichas con pan de molde y ketchup ucranianos) . Por la noche, eran las doce, empezamos a escuchar campanadas y la que ya era nuestra amiga, nos dijó que empezaba la pascua ortodoxa, y que si queríamos bajar con ella a escuchar las campanas. Una vez ya abajo, escuchamos campanas que venían de todas las iglesias de Moscú, y según nos ibamos acercandoa una de ellas, que estaba muy cerca, vimos cómo acercaba lentamente una procesión de gente cantando y llevando en sus manos cada uno una vela, dejando a su paso un rastro de incienso que olía fenomenal. A las dos burbujas se nos pusieron los pelos de punta , y cuando ya acabaron de tocar las campanas y ya desapareció la procesión volvimos al hostel de nuevo. No tardamos mucho en meternos en la cama, pues al día siguiente nos teníamos que levantar pronto, desayunar, ducharnos y preparar de nuevo todo para nuestro primer día en el Transiberiano. Todo, con la intención de llegar pronto a la estación y no tener que correr buscando nuestro tren.

En el Kremlin

Sentados en los muros del Kremlin

Y bebiendo...

La basílica de San Basilio


Desde el puente


Con la chica del hostel y un merluzo instantaneo

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