viernes, 17 de junio de 2011

VIAJE DE BEIJIN A XI'AN

Nos costó un poco levantarnos, con la pereza de saber que nos teníamos que despedir de la ciudad de Beijin, y de nuestro tranquilo barrio, para adentrarnos en el caos de la estación del oeste (que ya la conociamos, del día anterior cuando compramos los billetes para el tren que nos esperaba puntual a las cuatro y cincuenta y cinco de la tarde). Recogimos todo (al principio con tranquilidad -desayunando las piñas que habíamos comprado el día anterior- y reservando la habitación del hostel que nos esperaba en Xi'an), pero pronto nos pusimos un poco nerviosos viendo los problemas que teníamos para poder meter todas nuestras cosas dentro de las mochilas (hacía mucho calor, y ya no podiamos llevar encima, la ropa de abrigo que habiamos necesitado en los fríos días anteriores antes de llegar a China). Al final todo nos cupo dentro (y lo que no, lo tuvimos que sujetar por fuera de las mochilas -y así lo tendríamos que seguir haciendo el resto de nuestro viaje-). La hora límite para salir del hostel sin tener que pagar otro día más, eran las doce, y nos sobró un cuarto de hora (como siempre las burbujas apurando el tiempo). Después de entregar la tarjeta de nuestra habitación, la doscientos dieciocho, que hacía la función de llave, la misma que nos había dado tantos problemas, al dejar de funcionar intermitentemente, dejándonos fuera, sin poder entrar, teniendo que bajar a recepción para que nos la arreglaran. Todavía nos quedaban cinco horas para que nuestro tren saliera, pero después de la loca experiencia del día anterior (cuando fuímos a comprar los billetes -y de algunas otras de este viaje, seguro que os acordais-), decidimos dirigirnos a la estación tranquilamente. Después de ser empujados hasta casi tirarnos dentro del vagón del metro, y aprisionados por los chinos y más chinos que seguían entrando (y más y más chinos), llegamos a la una y media a las afueras de la estación. Compramos algo de comida (los típicos fideos que aunque no parezcan picantes, todos acaban picando), y dos botellas de litro y medio de agua. Hicimos un poco de tiempo sentados fuera y siendo de nuevo el foco de atención de todas la miradas de los chinos y más chinos que pasaban, hasta las dos, hora propuesta por las burbujas para adentrarnos en la marea de las escaleras automáticas, los pasos elevados por encima de una enorme avenida atestada de tráfico, y los controles de seguridad, con arcos detectores de metales, en los que pase quien pase por debajo, acaban pitando aunque nadie de seguridad haga nada. Entre empujones, escupitajos y demás, conseguimos llegar a la enorme sala de espera donde los paneles informativos nos dijeron desde qué andén salía nuestro tren (el ocho); y dónde teniamos que esperar hasta que abrieran el control de billetes y nos dejaran pasar al apeadero, para después subirnos a nuestro tren. De nuevo, en la sala de espera, todas las miradas se volvieron a fijar en nosotros, aunque ya cada vez nos importara menos todo eso. Mucho más nos importaba buscar un buen sitio cerca de la puerta, y mucho más luego, comprobar que la sala se llenaba hasta acabar desapareciendo los huecos que separaban a las personas porque no dejaban de llegar más y más chinos, por todas partes.
Al subirnos a nuestro vagón no sabíamos en qué compartimento de seis camas nos había tocado, así que intentando descifrar el pequeñísimo billete, dimos por fin con el compartimento. Mirando el billete, nos dimos cuenta que nos había tocado en sitios diferentes, es decir que pasaríamos el viaje separados; igualmente decidimos preguntar a un pasajero (chino por supuesto), y a base de señas entendimos que efectivamente teníamos que dormir en medio de dos literas más y en compartimentos separados. El mismo señor nos indicó que no pasaba nada si dormiamos en el mismo sito, y eso hicimos, esperando no tener ningún problema luego.
En el viaje estuvimos acompañados en ese mismo compartimento (abierto) por: dos señoras abajo y dos chicos jovenes arriba, a parte de 60 chinos más en el vagón y no sabemos cuántos en el tren (son enormes). De esta manera descubrimos y aprendimos más de esta cultura: los conciertos de eruptos, peos y gapos estan muy bien vistos. Que aunque haya un área de fumadores (solo para hombres y para la burbuja hembra -no esta bien visto que las mujeres fumen-), ellos fuman donde quieren, aún así estando el revisor delante. Que el desayuno se compone de lo mismo que comen, meriendan y cenan (noodles). Que estar un buen rato en el servicio (no queremos saber haciendo el qué), sobre todo por las mañanas recién levantados, es normal. El cagar y mear en una estación, esta medio permitido , aunque lo prohíban los carteles; sobretodo si no estaciona en una gran ciudad. Que les encanta el pepino y las pipas de girasol. Que todos llevan consigo el termo para el te, y que lo rellenan con el agua hirviendo (gratuita), que hay en unas máquinas al final de cada vagón. Que son bastante agonías tanto para entrar en el tren como para salir de él (una hora antes de que llegue el tren a su destino están aseados y con las maletas preparadas). Que le dan mucha importancia a su limpieza personal, aunque nada a la común.... En resumen: que se lo pasan todo por el forro; y todos tan contentos.
Al final, a todo esto uno se acostumbra, tanto a lo bueno como a lo malo, aunque a veces puede irritar que sean tan ruidosos y te despierten a base de gritos mientras hablan entre ellos. Y así pasamos trece horas en el tren nocturno y miraramos donde miraramos, solo se veían chinos, otra vez siendo la comidilla y los únicos extranjeros del vagón (por no decir del tren), cosa a la que ya estamos acostumbrados.

Atardecer desde la ventana del tren








No nos dió tiempo a mucho más

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