viernes, 8 de julio de 2011

SANGRI-LA

Llegamos a Sangri-la antes de lo que pensábamos (era nuestro primer viaje en un autobús), sobre las ocho y cuarto de la mañana, después de once horas de viaje en un autobús nocturno, con literas (muy estrechas, pero cómodas), con pasajeros chinos que gritaban para que el conductor parara (en cualquier sitio) y dejarles en su destino (fuera la hora que fuera, gritaban); y en las paradas para poder ir al servicio (por llamarlo de alguna manera); dormimos bastante. Pensábamos que el el trayecto sería más largo, pero luego nos explicaron que todo depende de la velocidad a la que conduzca el chofer; se llega a una hora u otra.
Al salir de la estación teníamos que coger un mini-bus de linea, el número uno, que por un yuan (diez centimos de euro) nos acercó hasta el hostel.
El paisaje había cambiado y ya no se parecía al que estabamos acostumbrados; a los lados ya no se veían edificios, si no grandes montañas verdes. Estabamos situados a tres mil veintiocho metros de altura, el aire era fresco y puro (¡por fin, montañas!). La zona en la que estábamos era la parte antigua de la ciudad, la más turística, pero la más bonita; habían mantenido los edificios originales, que en su época eran casas y establos y que ahora se habían convertido en tiendas y más tiendas de souvenirs, y algún que otro restaurante. Una vez comido nos dirigimos al hostel, donde la chica que se ocupaba de él nos comentó que en la azotea había buenas vistas, y así era. Desde allí teníamos una panorámica de toda la parte vieja de la pequeña ciudad y del templo con el rollo de oración dorado más grande del mundo. Después de hacernos algunas fotos, bajamos a descansar . Al día siguiente nos dirigimos al templo, y después de perdernos (como casi siempre les pasa a las burbujas), encontramos unas escaleras delante de una gran plaza, donde la gente autóctona, vestidos con trajes tradicionales, bailaban canciones aldededor de un circulo (la influencia tibetana esta muy presente en la zona de Yunnan, al sur de China). Estas escaleras llevaban al templo, así que fuimos hacia él, subiendo las escaleras. Al acabar de verlo, al lado mismo, está el gran rollo de oraciones y allí estuvimos durante un buen rato, observando como los creyentes y no creyentes hacían rodar el rollo, mientras rezaban o simplemente se hacían fotos. De allí vovimos a bajar a la plaza, donde las danzas continuaban y allí nos encontramos con dos señoras chinas que habían venido con nosotros en el autobús y las cuales nos habían indicado que efectivamente esa ciudad a la que habíamos llegado todavía dormidos, era Sangri-la. Volvimos a las calles y a perdernos de nuevo por ellas hasta llegar al hostel.
Al día siguiente nos dirigimos a otro templo que estaba a las afueras de la ciudad. Buscamos un sitio para comer, y acabamos en un restaurante que hacían los mejores Dumplings (unos pastelitos hechos con pasta de arroz con carne y verdura por dentro); luego, cogiendo el número tres de la linea de mini-buses, llegaríamos a un complejo donde los guardias hacían bajarse a todo turísta para pagar entrada; a los que subían a rezar no les bajaban y podían seguir su camino. Después de pagar la entrada (es paradójico, que un gobierno que pretende eliminar una religión, a la vez se beneficie de ella), que fue más cara de lo que ponía en la guía ( de Lonely Planet, que solo nos ha servido para llevar más peso en la mochila); subimos a otro autobús. Al cabo de diez minutos nos encontramos delante de un templo rodeado de un pequeño poblado, donde la mayoría de habitantes son monjes, así que empezamos a subir las escaleras, llenas de turistas chinos. Vimos el templo intentando evitar los grandes grupos, y lo conseguimos; en una de las salas, de la cual acababan de pasar alguno de esos grupos de los que huíamos, nos encontramos con un monje meditando, o eso creímos, pero después de ver que mientras meditaba contaba el dinero de las donaciones, no sabíamos si lo que estaba haciendo era meditar o contar la pasta que habían ganado ese día. Luego estuvimos dando alguna vuelta por el poblado, donde nos encontramos con un templo más pequeño, donde se tenían que subir unas escaleras de madera para acceder a la sala donde dos monjes estaban descansando (¡el oficio de monje es muy estresante!), que nos preguntaron de dónde éramos, y en la que las pinturas eran bastante originales. Decidimos dar alguna vuelta más y casi en las afueras del poblado nos encontramos con un pareja de españoles, donde compartimos un rato hablando del país donde nos encontrábamos. Después de esto bajamos hacia el pueblo y dimos alguna vuelta más. Al día siguiente nos cambiábamos de zona.



Calles de la pequeña ciudad

Gente bailando en la plaza

El rollo de oración más grande del mundo

Ventanas del templo

Curioso, así el incienso no se moja...jajja

Foto hecha por un señor chino que se empeñó en hacernos una foto...

Vistas desde el templo

Increíble el rollo de oración budista tibetano

Las señoras danzando

Vistas desde la plaza

La noche

El amanecer desde la azotea





El otro templo, rodeado del poblado



Uno de los budas dentro del templo (prohibido hacer fotos)

El monje y Txema



Estupa

El gallo
Banderas de oraciones budistas

El poblado



Al fondo un lago

¿Dragones, serpientes...? ¡no lo sabemos!



Marta en una de las puertas





Atardecer en Sangri-la


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