lunes, 4 de julio de 2011

KUNMING

Al llegar a Kunming, nos dedicamos a dar vueltas con las mochilas por al lado de la estación de trenes para encontrar el autobús número veinticinco, que sería el que nos llevaría al número cinco, que nos dejaría en la calle donde estaba el hostel. Cogimos el primer autobús, pero, como siempre, perlamos, y no nos bajamos donde debíamos, así que nos perdimos por Kunming. La chofer (mujer) nos indicó que nos habíamos pasado de estación, así que decidimos que lo más fácil sería coger un taxi (el primer taxi en todo el viaje hasta ahora). Este nos cobró dos euros y medio por un viaje que fue de media hora, así que no perlamos tanto. Nos dejó en la calle del hostel, pero aún así lo tuvimos que buscar. Por fin llegamos, pero nos querían cobrar más por la habitación que lo prometido por la página en la que lo habiamos reservado (Hostelworld), pero poco más; por no tener la tarjeta internacional de hostels, por la cual nos pedían cincuenta euros a cada uno (no la cogimos, ya que nos quedaban pocos días en China como para amortizarla). Una vez instalados, descansamos.
También nos dedicamos a buscar los billetes para irnos unos dias a las montañas (asqueados de tanta ciudad), concretamente a Sangri-la y Dali. Por fin encontramos un sitio donde reservamos los billetes de ida a Sangri-la en autobús nocturno y a Haikou (donde esta la frontera por la que queríamos adentrarnos a Vietnam).
Al día siguiente, después de haber dejado los pasaportes en una oficina para hacernos los visados de Vietnam, nos fuimos a ver algunas pagodas famosas en esa ciudad. Una de ellas estaba cerrada y la otra (que estaba en frente) estaba abierta para poder entrar en los jardines que la rodean; y allí estuvimos un rato, sentados y observando cómo algunos chinos jugaban a un juego (que ya habíamos visto en otras ciudades de china ) parecido a las damas. De allí fuimos a una especie de templo con grandes puertas donde un hombre nos deleitaba con su música saliendo a través de la flauta. Volvimos al hostel, ya que en esta ciudad no hay mucho más que ver. Al llegar conocimos a Josu, un chico de Bilbao, que acababa de llegar de Vietnam y Laos, y que nos informó un poco sobre estos paises y nosotros a él de China. Junto a él, conocimos a un chico holandés y su novia (no sabemos sus nombres), así que pasamos el último día hablando con ellos y explicando cada uno las aventuras de sus viajes. Y ya casi cuando nos íbamos apareció una mujer americana de setenta y tantos años que viajaba sola, y que era la séptima vez que viajaba a China, nos contó cómo era el país la primera vez que llegó, en los años ochenta, y el radical cambio que había sufrido, el que ella había visto con sus propios ojos. Fue una pena tenernos que despedir, pero nuestro autobús no nos iba a esperar y teníamos que irnos rápido para no perderlo. Recogimos los pasaportes (una hora más tarde de lo prometido) y los billetes del autobús a Sangri-la. Los de Haikou los tendríamos que recoger el mismo día de partida, que sería al cabo de seis días (cosa que nos preocupó un poco). Así que cogimos las mochilas y cogiendo el autobus número cinco y luego el ochenta y dos, llegamos a una de las estaciones de Kunming (tiene otras dos más), desde donde saldría nuestro primer autobús de este gran país, para dirigirnos a las montañas. Esperamos en la sala de espera, donde comimos algo mientras obsevábamos las pantallas para saber desde qué andén saldría el nuestro. En una hora abrieron las puertas, tuvimos que dejar las mochilas en el porta-equipajes lateral del autobus (cosa que no nos gustó mucho, pero no hubo ningún problema); nos instalamos en nuestras respectivas y estrechísimas camas y empezamos el viaje hacia Sangri-la.

Primera pagoda

Segunda pagoda

Templo ¿?





Señor que nos deleitaba con su música

Las burbujas en su burbuja

Vistas desde el templo

Medio de transporte habitual


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