sábado, 30 de abril de 2011

EN KIEV, DESTINO NO PREVISTO


    Después de esperar más de una hora en la estación de trenes de Budapest (llegámos muy pronto, demasiado pronto), subimos al vagón con dificultad, las escaleras eran muy altas y entre el peso de las mochilas y el de las bolsas de comida, casi caemos de espaldas al andén. Nuestro compartimento resultó estar destrozado (literalmente) y con varias herramientas desparramadas en la única mesa que había. Al comentarle al encargado del vagón, en varios idiomas y mediante señas (algo complicado por el idioma-ruso, claro-), nos hicieron cambiar de compartimento, cosa que agradecimos, repitiendo varias veces spasiva (gracias en ruso). Ya dentro del tren, estábamos bastante nerviosos, por ser la primera vez que íbamos a cruzar una frontera y no como las de Europa (que nos reimos de ellas-por inexistentes-), si no fronteras con militares y aduaneros, tanto hungaros como ucranianos, que mientras unos nos sellaban el pasaporte otros nos registraban las mochilas, aunque fueron bastante amables todos ellos.
    Una vez llegados a Kiev a las ocho de la tarde (una hora más que en Budapest), con las mochilas en nuestras espaldas, nos dirigimos al hostel, empezando así nuestra primera aventura con el cirílico (suerte que la burbuja macho había estado transcribiendo los nombres de las calles que nos interesaban). En quince minutos hubieramos llegado al hostel, si no fuera por la costumbre de las burbujas de perderse, aunque por poco tiempo. De esta manera llegamos a nuestro destino (Hostel KIEV SENTRAL STATION), en el que nos habrió la puerta un chico con aspecto hippie, que resultó ser el propietario, un brasileño llamado Tirizzio, muy amable y con el cual podiamos hablar en castellano. Después de enseñarnos dónde dormiríamos y como funcionaba el hostel (reglas, contraseña de la conexión wifi y demás), nos presento a nuestro compañero de habitación (Oscar, otro español) con el que nos fuimos a cenar a un restaurante bastante barato, pero que en España, por su aspecto, hubiera sido carísimo. Durante varias horas estubimos hablando de la de decadencia de nuestro país de origen (¿qué se podría esperar de tres personas de pensamientos antisistema?), con un plato de salmón delante (por cierto, riquísimo). Al acabar la cena nos dirigimos al hostel, para poder aprovechar el único día completo que íbamos a tener para descubrir la ciudad y sus encantos.
    A la mañana siguiente, Tirizzio, con su gran amabilidad, nos indicó qué ver y visitar (nos sorprendió la belleza de sus monumentos, palacios, plazas, iglesias ortodoxas decoradas con cúpulas de aspecto oriental, y otros encantos que solo se pueden disfrutar perdiéndose por la ciudad), así que otro día más andando sin parar, haciendo de turístas (de los de verdad-o como nosotros entendemos el turismo, mejor dicho-). A la tarde, y otra vez gracias a la gran amabilidad de Tirizzio, nos dirigimos a la estación de trenes para conseguir los billetes del tren que nos llevaría de Kiev hasta Moscú, cosa que resultó ser bastante difícil (y una experiencia difícil de contar), ya que tienen bastante costumbre de colarse (especialmente si tienes pinta de extranjero), y después de cerrarnos la taquilla de tiquets en las narices (eso, una ucraniana gorda) y haber ido a otra taquilla (esta vez con una taquillera más agradable), conseguimos los billetes. Contentos con el resultado de nuestra primera experiencia para conseguir los billetes en ruso y, eso sí, escrito en un papel en cirílico, nos dirigimos a descansar, para poder despertar temprano y ver algo más de Kiev (cosa que no conseguimos- lo de despertarnos pronto-). Así que intentando controlar el tiempo, a la mañana siguiente nos dirigimos a una iglesia (preciosa) cerca del hostel, para poder regresar de nuevo hasta él y recoger nuestras cosas para no perder el tren. Al final, las burbujas perlaron y tuvimos que ir corriendo con las mochilas desde el hostel a la estación. Las calles se nos hacian eternas, las piernas empezaban a flaquear, pero conseguimos llegar. En cinco minutos teníamos que averiguar desde qué andén salía nuestro tren e instalarnos (en nuestro coche-cama); aunque después de averiguarlo, al llegar al andén, nos hicieron correr hasta el último vagón.
    A partir de aquí fue otra aventura de catorce horas hacia Moscú, que la burbuja macho se encargará de explicarlo en la siguiente entrada.


Pl.Sofiis'ka

Pl. Mykhailivs'ka

Iglesia



Catedral

Graffiti cerca del hostel

Graffiti al lado de iglesias

Edificio junto al hostel

                                                                   Potal del hostel

viernes, 29 de abril de 2011

YA EN BUDAPEST

Después de seis horas de viaje, bajamos del tren y nos dirigimos al punto de información. Mientras caminábamos hacia allí, nos ofrecieron varias veces los servicios de taxi, diciéndonos que el hostel al que nos dirigíamos estaba a unos dos kilómetros de distancia de la estación de trenes (¡Imposible!-pensamos las dos burbujas-), ya que anteriormente lo habíamos estado mirando en un mapa y solo era cruzar una calle y girar a la izquierda en la segunda, así que educadamente rechazamos sus servicios. Aún así nos perdimos al principio (bastante común en las dos burbujas). En cinco minutos nos encontramos en frente de un portal bastante estropeado, por no decir destartalado, con un trozo de papel para envolver el pan, donde indicaba que se llamara a un número de teléfono para contactar con el responsable del hostel (los interfonos no funcionaban). Al llamar no entendimos nada, ya que era un mensage en húngaro de la compañía telefónica, por lo cual interpretamos que, o bien el movil estaba apagado, o bien ni siquiera existía. En una de estas, salieron dos chicos del portal y nos pudimos colar dentro. Decidimos subir las escaleras buscando alguna indicación del hostel en alguna puerta, y al no encontrar nada acabamos por llamar al timbre de una casa que resultó ser de una señora mayor que nos ayudo (eso si, en húngaro) en todo momento, hasta dar con el piso correcto. La chica que nos atendió era muy agradable, pero a medida que iban pasando los días (solo tres) nos íbamos dando cuenta de que algunas de las cosas que ofrecían no eran ciertas: no había conexión Wifi, ni desayuno, ni calefacción en el cuarto, ni llaves independientes para las dos habitaciones que había en el apartamento...Este hostel, llamado ALICE, acabó resultando ser un timo.
Ese día nos quedamos a descansar y a partir del siguiente, empezamos la visita a la ciudad, primero Pest, que es donde se encuentra el parlamento y algunos edificios emblemáticos; al día siguiente nos dirigimos hacia Buda, cruzando el Danubio, donde se encuentra el palacio, la Ciudadela, una iglesia con los tejados de porcelana...
Reventados de tanto andar, decidimos ir de vuelta al hostel, donde nos encontramos que habían alquilado la otra habitación a una pareja de españoles muy agradables. Después de estar hablando con ellos parte de la tarde y de la noche, nos fuimos a dormir, al día siguiente nos esperaban veinticinco horas de viaje en tren hasta llegar a Kiev.


Cartel del hostel ALICE

Entrada al hostel

El Parlamento

Parlamento

Iglesia con los tejados de porcelana

Subida por las escaleras a la Ciudadela de Buda



Ciudadela



En uno de los puentes que une Buda con Pest, con el Danubio entre ellas

jueves, 21 de abril de 2011

EN PRAGA




Al llegar a Praga en el autobús, en la misma estación, fuimos a preguntarle a un "supuesto guardia" (o eso nos pareció cuando le vimos) sobre dónde estaba el puesto de información turística; él acabo siendo nuestro puesto de información turística, ya que fue con él con quien negociamos el precio del hostel al que nos iba a llevar (en el que, no hace falta mucho imaginar, estaría incluída su comisión, aunque nosotros acabamos pagando lo que era la tarifa normal). Acabada la negociación, y satisfechos por ambas partes, nos dirigió a paso acelerado hasta nuestro lugar de descanso. Al llegar al portal, vino a recibirnos un señor de aspecto risivo, y así resulto ser, un auténtico personaje, bohemio, vaya, típico de Praga, como el hostel; tanto el portal como su interior, donde se podían comprar libros de segunda mano por 2 coronas (0,08 euros), y al mismo tiempo entretenerte mirando los murales pintados en sus paredes. Estuvimos en una habitación de nueve camas y solo estuvimos acompañados por unos americanos una sola noche, la segunda, en la que conocimos a tres chicos alemanes, muy agradables y borrachos, en la sala exterior para fumadores, por cierto, también muy risiva (a juego del encargado del hostel).
Durante tres dias estuvimos recorriendo Praga, sus calles llenas de palacios y monumentos, y el museo Kampa, donde pudimos ver las obras de Frantisek Kupka y las esculturas de Otto Gutfreund, entre otros artistas checos. Fuimos los únicos que tardamos más de 2 horas deleitándonos saboreando cada una de sus obras mientras el resto de los visitantes (muy pocos por cierto) nos adelantaban echando un vistazo rápido (y no a todas-ya sabeis, los típicos visitantes de museos-). Una de las entradas nos salió por la mitad de precio gracias al carnet de la biblioteca de Sabadell que astutamente la burbuja macho se llevó de viaje y la hizo pasar por un carnet de estudiante.
El último día tuvimos que cambiar de hostel ya que nuestra habitación (por que la habiamos hecho ya nuestra) iba a ser ocupada por 9 griegos. El señor risivo nos consiguió otra habitación, aún más cerca de la estación de trenes, al lado de una sinagoga preciosa.
El mismo día del cambio de hostel nos dirigimos a la estación de tren, para saber cuando saldría el nuestro hacia Budapest, y una vez sabido, compramos los billetes, y fuimos a perdernos por la ciudad, no sin antes comprar un billete que nos serviría para viajar en metro y tranvía durante todo del día. Nos acercamos al centro en metro y una vez allí cogimos un tranvía que nos dejo en el sector seis, bajandonos en la última parada, ya en las afueras de la ciudad, donde llegamos a una reserva natural llena de cerezos floreciendo para luego acabar en un restaurante auténtico (es decir, alejado de las rutas turísticas) en el que disfrutamos de la cocina típica bohemia, donde no tenian la carta en inglés, por lo que pedimos dos menús sorpresa; la comida estaba bueníííííííísimaaaaa; además de baratííííísimaaa.
Praga nos encantó: la capital de la bohemia por excelencia (en todos los sentidos que nos podamos imaginar ahora mismo).
A la mañana siguiente cogimos el tren que tardaría unas seis horas en llegar a Budapest, cruzando Eslovaquia, muy fea y sucia, por cierto (al menos vista desde la ventana del tren).




Txema al lado de Frantisek Kupka y Otto Gutfreund


Museo Kampa



¿Dónde están las caras?


Reserva natural

Praga en una suela de zapato


Puerta de lahabita del 1ª hostel

Sala de fumadores del hostel

Sinagoga

LAS PRIMERAS AVENTURAS DEL VIAJE

Conseguimos (¡por fin!) los billetes del Interrail; después de dos intentonas con sendas caídas de línea de Intranet (una tras otra) de la RENFE vitoriana. Después de conseguirlos, los burbujeros espabilados (es decir, nosotros), compramos los billetes de Vitoria a Hendaya y reservamos los de Hendaya a París. Nuestra intención era hacer las reservas al menos hasta Praga, pero las líneas se volvieron a caer. Así que tuvimos que esperar hasta Hendaya para reservarlos (eso si, en nuestro francés) con la "inestimable ayuda" de nuestra amiga taquillera que, a la hora de despedirnos nos dijo un "HASTA LUEGO" en un correcto castellano casi sin acento. Nos quedamos sorprendidos pero ninguna de las burbujas dijo nada. Como no sabíamos si teníamos que validar los billetes antes de subirnos, volvimos hasta ella para preguntárselo. Nos respondió con un todavía más correcto castellano: "NO HACE FALTA, PORQUE LOS BILLETES LOS HABEIS COMPRADO EN ESPAÑA". Ahí nos dimos cuenta que habíamos estado haciendo el pringado en francés casi una hora para hacer las reservas.
Al subir al tren nocturno que nos llevaría desde Hendaya hasta París (y tan contentos pensando que dormiríamos en literas), nos encontramos con la siguiente sorpresa: nos esperaban unos asientos reclinables que chirriaban, aunque acabaron siendo más cómodos de lo que nos pensamos a la hora de subir al tren. Algunas horas pudimos dormir; no muchas, (y eso si las juntas todas). A las 7.17 de la mañana llegamos a París con once horas por delante para disfrutar de la primera ciudad que íbamos a recorrer.

NOTRE DAME




EL PUENTE DE LOS ENAMORADOS CANDADOS


EL LOUVRE




LA TORRE EIFELLE


LA CASA JARDÍN
O
EL JARDÍN VERTICAL




A la tarde, ya casi de noche, nos subimos al siguiente tren nocturno que nos llevaría hasta Munich, con la esperanza de que por fin íbamos a dormir en posición horizontal. Pero al llegar hasta nuestro compartimento, nos dimos cuenta que eso no iba a ser nada sencillo: nos encontarmos con tres asientos a un lado, enfrentados a otros tres asientos al otro; y esperando ya, sentada en uno de ellos, la que iba a ser nuestra compañera de viaje. Después de una hora de incertidumbre, arreglamos con ella la distribución del espacio, y sí, por fin íbamos a poder viajar tumbados... ¿cómo? Nuestra compañera tumbada encima de los tres asientos, la burbuja macho en el suelo encima de la esterilla, y la burbuja hembra, encima de los tres asientos que quedaban. ¡Qué maja nuestra compañera la francesita! Por fin conseguimos dormir como niños después de ocho horas sin parar de patear la ciudad del AMOR.
Por la mañana, después de despertarnos, nos dimos cuenta que el tren se estaba retrasando demasiado, y no sabíamos si nos iba a dar tiempo a coger el siguiente tren que teníamos hasta Nuremberg, y de hecho llegamos, corriendo desde que se paró el tren hasta conseguir montarnos en el siguiente. Ya más tranquilos, seguimos nuestro camino. Ya en Nuremberg, hicimos tiempo desayunando dos enormes cafés con leche y dos Muffins. Pero nuestro siguiente tren hasta Praga no aparecía en la pantalla de salidas; lo que entonces no sabíamos, era que no iba a ser un tren lo que nos iba a llevar hasta Praga, si no un autobús que, por supuesto nunca salió en la pantalla de la estación de trenes. Menos mal que en el último momento, mosqueados, nos espabilamos un poco y después de preguntar, nos dijeron que no era un tren, si no un autobús. Llegamos a subirnos por los pelos (de nuevo).
¡Por fin llegamos a Praga!